Ramón Muñoz escribió una columna titulada “Por qué íbamos con Alemania”. Allí repasa cuestiones futbolísticas y características de los argentinos que provocaron que el 70% de los españoles simpatizara con Alemania en la final de la Copa del Mundo de Brasil 2014. “¿De dónde surgió de repente esa empatía teutona? Intuyo que más que el afecto hacia los alemanes nos pudo el recelo contra los argentinos”, desarrolló.
Le echamos la culpa de todos nuestros males financieros. De los recortes y el austericidio que sufrimos los países mediterráneos. Les responsabilizamos del euro fuerte, losminijobs y la bajada de salarios. A su canciller Merkel la ridiculizamos como a una paleta glotona con espuma de cerveza espurreándole por la boca, y a la menor protesta sacamos en romería su imagen, caricaturizada como una oficial de la SS o como una vampira colega de farras del uruguayo Luis Suárez. Y, sin embargo, cuando se enfrentaron con Argentina en la final del Mundial de Brasil, todos íbamos con los alemanes.
Decían los sondeos previos que el 70% de los españoles queríamos que ganaran los prusianos. Y cuando Mario Götze marcó en la prórroga, el aullido unánime que recorrió las calles desiertas de Madrid confirmó que no siempre las encuestas se equivocan. ¿De dónde surgió de repente esa empatía teutona? Intuyo que más que el afecto hacia los alemanes nos pudo el recelo contra los argentinos. Sé que es políticamente incorrecto y que me crujirán en Twitter por decirlo pero creo que argentinos y españoles nos profesamos un odio mutuo.
Tiraré de estereotipos para explicarlo. No digo que los comparta ni que sean justos. Simplemente funcionan para explicar, por ejemplo, por qué vemos a todos los argentinos como porteños buscavidas y gigolos. Y por qué ellos nos ven como gallegos brutotes con mierda de vaca entre las uñas y con aires de virreyes.
Odiamos a los argentinos porque creemos que hay que utilizar el satélite de Google Maps para observar el tamaño de su ego. Nos irrita su verborrea, sus metáforas freudianas, las hipérboles retóricas que usan para describir el asunto más nimio. Por eso, no podemos ni ver a Valdano o a Menotti, aunque cuando les escucho y comparo su lenguaje con el verbo pelado y macarra de Camacho o de Clemente, los antecesores de Del Bosque en La Roja, me pregunto si pertenecen al mismo escalón evolutivo o si nuestros bravos seleccionadores se quedaron en el rellano del primer piso.
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