Muchos pensaban que el efecto Copa del Mundo no duraría. Pero han tenido que rendirse a la evidencia: seis meses después del final de la competición, la mayor parte de los estadios construidos para el gran evento registran un número de espectadores sorprendente. Más de 22.000 espectadores de media en Volgogrado, unos 20.000 a Nijni Novgorod y casi 15.000 en Saransk.
Para los clubes de segunda división que utilizan estos recintos, la temporada 2018-2019 está batiendo todos los récords. Su punto en común: disponer de uno de los siete nuevos estadios construidos o totalmente renovados para la Copa del Mundo 2018. En primera división el contraste con las temporadas precedentes ha sido inferior, pero hasta la tregua de invierno, Rostov, por ejemplo, se había situado en el podio de las mayores afluencias del país con 30.244 espectadores por partido.
El actual séptimo del campeonato ruso sigue lejos del Zenit de San Petersburgo, con 50.000 fieles de media desde la inauguración en 2017 del inmenso Gazprom Arena.
En la tregua, la afluencia media en primera división había aumentado un 30% con respecto a la temporada pasada, para establecerse en 17.000 espectadores por duelo. Y desde el comienzo de la temporada los medios rusos celebran las imágenes de los estadios modernos y llenos, en contraste con el cliché de recinto soviético, abierto a los cuatro vientos. Además sirven para olvidar la tristeza deportiva del fútbol ruso, pobre en goles y sin resultados en las competiciones europeas. A finales de agosto más de 31.000 personas acudieron al estadio de Nijni Novgorod para ver al equipo local batir al Avangard Kursk, un récord de la temporada en segunda división.
“Hoy el fútbol, de manera general y en particular en Nijni Novgorod, se ha convertido en muy popular. Todos no son aficionados, la gente quiere pasar tiempo en el estadio, no está lejos del centro, es una salida como otra cualquiera”, señala Alexei Rokotov, periodista deportivo en esta ciudad de un millón de habitantes situada a 400 km al este de Moscú.
Mudanza en Sochi
Evitar los elefantes blancos, los estadios abandonados tras las grandes competiciones, era un objetivo primordial de Rusia tras el Mundial 2018, cuatro años después de los Juegos de Invierno de Sochi, criticados por su alto coste. No es de extrañar que, en un fútbol ruso que depende esencialmente de los recursos estatales, todo fuese planeado para que los estadios del Mundial albergaran a clubes de alto nivel. “En Rusia el fútbol no puede mantenerse al margen de la política”, señala Kirill Kulakov, director de la facultad de gestión deportiva en la escuela de comercio RMA, en Moscú.
En Nijni Novgorod, el club se salvó de la bancarrota gracias a las autoridades locales, que buscan el ascenso a primera división. Para ello el gobernador de la región, Gleb Nikitin, prometió en octubre, según la agencia TASS, bajar los impuestos a las empresas que apoyen al club.
Costes de explotación
Llenar los estadios es una cosa, pagar por su mantenimiento es otra, lo que provoca sudores fríos en algunas regiones con grandes problemas económicos. El plan inicial era que los estadios se entregaran a las autoridades regionales o municipales, y luego se privatizaran, si había una demanda en ese sentido por parte del club local”, explica Kirill Kulakov.
La mayor parte de las regiones está intentando aplazar el momento en el que se hagan cargo de las explotaciones, estimadas entre 2,6 y 3,9 millones de euros en un primer momento.
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