La mala distribución de la riqueza sienta sus reales en el orbe entero, y el sol no se puede tapar con un dedo. Desafortunadamente, mientras unos están de fiesta, muchos más padecen los estragos de una pobreza lacerante, y así como el Mundial de Fútbol de Brasil es una oportunidad para mostrar las bellezas del país sudamericano, también, proponiéndoselo o no, emergen las caras de la miseria.
Cuando se supieron anfitriones de tan magna justa, amantes que son del deporte rey, a los brasileños los invadió la felicidad, una alegría que desde hace un año se tornó en protestas e imágenes de la policía antidisturbios enfrentando a los trabajadores inconformes.
Tan cerca y tan lejos, los que tienen y los que no, los que derrochan y los que ni siquiera sueñan con una vida digna. Los unen sus colores, los separa un abismo. No se ven.
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