El Mundial de fútbol en Brasil dio en estos primeros cinco días algunas sorpresas, pero una de las mayores está fuera de los estadios: la ausencia de manifestaciones masivas en las calles.
La posibilidad de que durante este torneo volviera la ola gigante de protestas que sacudió al país en la Copa de Confederaciones hace un año era considerada alta por parte de expertos.
El asunto era inquietud del Gobierno y la FIFA, con encuestas que mostraban un creciente descontento popular por los 11 mil millones de dólares invertidos en el Mundial y activistas que gritaban “No va a haber Copa”. Pero desde que el torneo comenzó el jueves pasado, las protestas reunieron a cientos o a lo sumo algunos miles de brasileños, lejos del millón del año pasado.
“Brasil es un país difícil de explicar”, dijo Rudá Ricci, sociólogo y politólogo brasileño especializado en movimientos sociales.
“Cuando parece que estamos entendiendo, ocurre lo contrario”.
¿Por qué se desinflan las protestas? El movimiento espontáneo del año pasado tuvo como motor principal a jóvenes de clase media, sin banderas partidarias ni real organización detrás.
Uno de sus primeros reclamos fue contra el aumento de tarifas de autobús, y a medida que la ola creció incorporó más demandas: contra gastos en estadios, la corrupción o la mala calidad de la educación y la salud. Salvo el transporte, muchas promesas que entonces hicieron los gobernantes siguen incumplidas.
Pero Ricci notó que a la vez las calles dejaron de ser “carnaval político” para convertirse desde agosto en escenarios de violencia entre grupos radicales como los “black blocs” y la Policía.
“Esa población medio despolitizada que fue a las calles en junio se asustó”, indicó Ricci, basado en Belo Horizonte y autor de un libro sobre las manifestaciones titulado “En las calles”.
Los “black blocs” también estuvieron en protestas anti Mundial de los últimos días, que pese a ser relativamente pequeñas acabaron en hechos de violencia.
El domingo, unos 500 manifestantes intentaron acercarse al estadio Maracaná de Río durante el partido entre Argentina y Bosnia y fueron reprimidos por la Policía con bombas de gas y balas de goma.
Nueva atmósfera
Las encuestas mostraron que así como el apoyo de los brasileños al Mundial caía, también lo hizo el respaldo a las protestas, que pasó de 81 por ciento en junio a 52 por ciento en febrero, según la firma Datafolha. En mayo las protestas fueron protagonizadas por sindicatos u organizaciones como el Movimiento de Trabajadores Sin Techo (MTST), que reunió 15 mil manifestantes por vivienda popular y contra los gastos del Mundial en Sao Paulo.
Pero el Gobierno de Dilma Rousseff rápidamente pactó una tregua con el MTST, comprometiéndose a cambiar los límites para participar de un programa federal de viviendas y crear una comisión para analizar los desalojos forzados.
A su vez, la justicia declaró ilegales y desactivó huelgas como la de funcionarios policiales en Bahía o de trabajadores del metro de Sao Paulo. Y luego echó a rodar el balón y los colores de Brasil comenzaron a tomar las calles. “En un país al que le gusta el fútbol, después de la (inauguración) de la Copa cambió totalmente el clima”, dijo Aldo Fornazieri, director de la Fundación Escuela de Sociología y Política de Sao Paulo.
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