La organización de la Copa de Copas como dice la publicidad oficial ha logrado conseguir, otra vez, como en mundiales pasados a los que se amenazaba desde las calles, que la progresión de los resultados que está obteniendo la anfitriona narcotice lo exactamente necesario a las masas que a pocas horas del inicio del torneo advertían con descomunales movilizaciones en ese momento concentradas en el paro de los trabajadores del Metro de Sao Paulo.
Cuando el equipo de Felipao ha jugado cuatro partidos, con dos triunfos, dos empates y una definición por penales, el fútbol ha podido más que la indignación social, y que las previsiones organizativas se estén cumpliendo sin contratiempos. Desde la partida en Metro en el centro de Río de Janeiro hasta la llegada a la estación que conecta directamente con el estadio Maracaná, todo es de una limpieza clínica sin lugar para la improvisación: basta con tener el cartón de ingreso en la mano para que las columnas policiales, los boleteros y los acomodadores hagan lo suyo, verificando y franqueando los accesos.
Dentro del Maracaná, donde todavía se jugará un partido por cuartos y la final, el patio de trash food y de bebidas permite dos marcas de cerveza, una extranjera y una nacional, la gaseosa oficial, la hamburguesa oficial y las pipocas oficiales. Nada más. En los pasillos, el sábado la mayoría era colombiana con bienvenida brasileña, pero las voces uruguayas se hacían sentir, y los rostros llevaban caretas de cartón con Luis Suárez, el agraviado que levantó la indignación de todo un país que llevaba pancartas como “tres millones (de uruguayos) valen más que todo tu dinero”, en alusión a la FIFA, y que por supuesto no merecieron la atención de las cámaras televisivas encargadas de la señal internacional.
La extendida figuronería social marca presencia con miles de espectadores más preocupados de las selfies (autofotos) y de aparecer en las imágenes para el mundo haciendo muecas, sonriendo o extendiendo los brazos, que del fútbol mismo.
Como era previsible, en las gradas y en los grandes corredores no había pobres, seguramente muchos de ellos estaban uniformados para atender a los que llegaban y son seguidores de algún equipo carioca. Si el gobierno de Dilma hubiera querido, si se hubiera empeñado en imprimirle otro perfil al torneo, probablemente algunos grupos de auténticos torcedores estarían en los estadios que sin ninguna duda han quedado magníficos.
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