domingo, 4 de julio de 2010

Los tres errores que sepultaron a Maradona


En el debe de Maradona habrá tres cuestiones que lo perseguirán hasta el resto de sus días: 1) el desaprovechamiento de Messi en su condición de mejor jugador del mundo; 2) el por qué de la ausencia de Verón ante Alemania, un partido hecho a su medida; 3) la no convocatoria de Zanetti y Cambiasso, especialmente éste, de excepcional rendimiento en el Inter campeón de todo en Europa.

En los tres casos señalados hay misterios que sobrevuelan y que el tiempo irá acomodando en suposiciones hasta convertirlos en leyenda.

Ni siquiera Diego está en condiciones de explicarlo hoy, aún bajo el efecto del estado de shock que produce una eliminación por paliza.

Messi fue dejando muestras de su notable cambio de ritmo con la pelota al pie, con giros y medio giros ante la marca, en un movimiento de cuerpo que cuesta encontrar repasando la historia de los jugadores que marcaron tendencia en cada época.

Pero la Pulga está configurado para acciones que necesitan un complemento colectivo y no para que un conjunto dependa sólo de su talento a la usanza de cómo, en décadas pasadas, se esperaba que un armador de ataque se pusiera “el equipo al hombro” y resolviera todo con su sola presencia.

Se recuerda una anécdota contada por el preparador físico Fernando Signorini en relación al Piojo López en la etapa de Maradona como técnico en Racing. El extremo lanzaba centros que, frecuentemente, iban a la tribuna, hasta que le confesó al PF: “Es que Diego me pide que los tire como hacía él, con el pie paralelo a la línea de fondo, y es lo que me sale”.

La conclusión es obvia: Maradona suponía que cualquier otro podía hacer lo mismo que en su descomunal etapa como jugador, pero no se daba cuenta que el Diez fue uno solo.

Con Messi, que está acostumbrado desde hace una década a los movimientos preconfigurados en lo táctico que muestra el Barcelona, llegar a la Selección implicó un cambio cualitativo absoluto en forma y fondo, que aún no terminó de asimilar aunque en público diga lo contrario.

Si en cada uno de sus arranques hay un Xavi, un Iniesta, un Dani Alves, un Ibrahimovic, un Pedro o un Henry que se le asocian de acuerdo al espacio en la cancha que en ese momento ocupe, lo mínimo que podía esperar es que aquí hicieran lo mismo Tevez, Higuain, Maxi y, sobre todo, Di María.

Sin embargo, los arranques de Lío denotaban una carrera en la que abría camino en diagonal hacia afuera o hacia adentro, pero nunca vertical porque, precisamente, no abundaban las opciones de pase o la búsqueda de triangulación, ya que los eventuales receptores intuían el desenlace de la decisión del atacante en vez de tener claro qué posición debían ocupar en el terreno, tanto en la distracción de marcas como en el asociarse en el circuito corto.

El desplazamiento de Verón desde la titularidad hasta la pérdida de la misma es un misterio complejo de decodificar.

Si a esto se le suma que la Bruja era uno de los líderes naturales del plantel, por trayectoria, capacidad de relacionarse con el otro y visión de juego, entonces el interrogante sigue necesitando una respuesta.

A sus 35 años, no se le podía pedir a Verón que se tirara a los pies para cortar un avance o que corriera treinta metros a un rival lanzado en carrera, pero para eso abundaban los nombres (Mascherano, Maxi Rodríguez, Jonás Gutiérrez, Di María o Clemente Rodríguez, por ejemplo).

El valor agregado que da un jugador de la talla de la Bruja es, precisamente, lo contrario. Primer pase saliendo de zona defensiva, manejo de la pausa para que el equipo se reacomode, cambio de frente para aprovechar el lado ciego y tenencia del balón para que se arme la triangulación como modo de defenderse con la pelota.

Si encima Verón es el hombre con el equilibrio emocional ideal para hablar con el árbitro en situaciones límite, evitar que se formen tumultos o que el descontrol que produce la fricción desconcentre al equipo de su objetivo prioritario, tampoco se entiende la decisión de Maradona por prescindir de él en un partido que se sabía era ideal para contarlo como referencia para sus compañeros.

En una similitud de aportes, aunque no de funciones en el campo de juego, el no haber tenido en cuenta a Esteban Cambiasso se convirtió en una mochila cargada de piedras.

La temporada brillante que tuvo el Cuchu con el multicampeón que formó Mourinho lo había devuelto a la consideración general como una suerte de entrenador dentro del campo de juego, ese que sabe interpretar el mensaje del técnico y tiene la ubicación justa en el momento necesario.

El que haya tenido que ver el Mundial por televisión fue, sencillamente, un desperdicio.

Improvisar de vuelta a Otamendi como lateral derecho, como antes se lo había hecho con Jonás Gutiérrez, ambos con resultado negativo, es una marca que el entrenador llevará grabada en su piel.

Si por algún momento se prescindió de Zanetti, que al menos tiene oficio en la función y una salida clara que no pueden reemplazar ni Ota ni el Galgo, al menos quedaba la opción de Clemente Rodríguez, quien se adapta por ambas bandas y bien lo demostró frente a los griegos, por la izquierda.

El defensor que cubre los laterales de la cancha es la clave para que el rival no tenga camino libre hacia el área, porque debe hacerse dueño de la zona y tomar las decisiones que crea conveniente ante quien lo ataca: interponer su cuerpo entre el adversario y el espacio imaginario del primer palo, para obligarlo a ir por afuera y allí optar por cercarlo contra la banderita del corner o la línea de cal, ya que en esos dos o tres segundos el resto de los defensores recompone su posición y el volante central o el carrilero llega como auxilio o como opción de salida cuando el balón se recupera.

Otamendi, Jonás y Heinze terminaron como laterales, dando ventajas en la marca – fácilmente rebasables con el enganche hacia adentro y la diagonal o el pase hacia el volante que llegara suelto – y, sobre todo, facilitando la recomposición adversaria cuando el oponente dejaba el espacio libre para que Argentina saliera por allí con balón dominado y destino previsible del pase.

Si del 4-4-2 se pasó sin escalas a un 4-3-3, lo cierto es que las pruebas están al caer: pasar de un plan A a uno B en plena competencia deja a cualquier equipo en la cornisa si es que antes no hubo pruebas de ensayo y error en amistosos de nivel o en prácticas prolongadas a lo largo del tiempo.

Improvisar tiene sus riesgos y este Maradona, mucho más dispuesto a reflexionar o a apoyarse en la visión de sus analistas, íntimamente debe darse cuenta de que del error no se vuelve si es que no está la voluntad de reconocerlo y de crear variantes para superarlo

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