lunes, 9 de febrero de 2015

Los “Elefantes blancos” de Brasil

Ahora es Brasil el que sobrelleva el peso de los estadios recién construidos en los que resuenan los gritos de algunos centenares de fanáticos y que se ven obligados a ofrecerse para bodas, fiestas infantiles y eventos religiosos con tal de generar algún ingreso.

Al finalizar la Copa, embargaba a Brasil una sensación de orgullo por haber organizado con éxito el torneo más importante del futbol mundial. Quedaban como legado una docena de instalaciones modernas que, según las autoridades, ayudarían a revitalizar el deporte en el país.

Pero a siete meses de la final en el remodelado Maracaná, Brasil aún busca la manera de aprovechar los flamantes estadios. Aunque funcionaron bien durante el Mundial, a pesar de retrasos en la construcción que hicieron peligrar los preparativos, no todos los estadios son aprovechados al máximo de sus posibilidades.

Lo mismo sucedió con muchas sedes construidas en Sudáfrica para el Mundial 2010, y podría suceder en Rusia y Catar, que han obtenido las sedes de 2018 y 2022, respectivamente.

Algunos estadios brasileños han demostrado ser rentables para sus dueños al incrementar la afluencia de público y beneficiar a los clubes locales, pero es evidente que otros se han convertido en los temidos elefantes blancos, tal como advertían sus detractores mucho antes del inicio del torneo.

Los organizadores brasileños del Mundial insistieron en realizarlo en 12 sedes a pesar de los temores de la FIFA y la indignación de los detractores por el dinero invertido en la construcción o renovación de los estadios, muchos de ellos en ciudades carentes de tradición futbolera.

"No cabía duda de que se construirían elefantes blancos", dijo Victor Matheson, especialista en economía deportiva en la Universidad Holy Cross. "Brasil se excedió con 12 estadios en lugar de 10 u ocho. Los políticos locales se dejaron arrastrar por el frenesí de la Copa. Podemos identificar tres o cuatro estadios que no tienen el menor sentido desde el punto de vista económico".

La Arena da Amazonia en la ciudad selvática de Manaos, con capacidad para 44 mil espectadores en una ciudad que no tiene equipos de primera, segunda ni tercera división, ha realizado 11 eventos desde el fin de la Copa en julio. Hubo cuatro partidos de fútbol profesional, un torneo amateur, tres eventos religiosos, dos conciertos y el festejo por el aniversario de la ciudad.

En el Mané Garrincha de Brasilia, otra ciudad sin gran tradición futbolera, con capacidad para 70 mil, apenas 300 aficionados asistieron semanas atrás al partido entre la selección nacional femenina de Estados Unidos, la número dos del mundo, y la de China en el marco de un torneo internacional.

En la ciudad remota de Cuiabá, cerca de la frontera con Bolivia, apenas tres partidos atrajeron a más de 30.000 aficionados en la Arena Pantanal, con capacidad para 42 mil, después del Mundial.

"No hay muchos eventos que requieren un estadio de 35 mil localidades", dijo Matheson. "La gente empieza a comprenderlo".

La Arena Pernambuco, en la ciudad nordestina de Recife, donde 236 personas compraron entradas para la Copa de Brasil poco antes del Mundial, recurre a eventos empresariales, conferencias, ferias y bodas.

En septiembre, un chico festejó sus 15 años en el estadio: él y sus amigos pudieron jugar un partido y utilizar los vestuarios y otras instalaciones. El mes pasado se jugó allí la final de una liga local de fútbol americano con la presencia de unos 7 mil aficionados.

Como muchos de los estadios, la Arena Pernambuco tiene una página de internet en que promueve sus instalaciones.

"La arena puede ser un lugar ideal para fiestas, exhibiciones e incluso talleres", dijeron los operadores del estadio "multiuso" en Recife, una ciudad que ya contaba con tres estadios antes del Mundial.

De los casi 11 mil 500 millones de dólares invertidos en el Mundial, unos 4 mil millones fueron para los 12 estadios. El 80 por ciento de los fondos provinieron de préstamos del gobierno o exenciones impositivas.

Solo tres no fueron construidos por los gobiernos locales, y muchos de los restantes, como los de Cuiabá y Manaos, están siendo entregados a operadores privados mediante licitaciones.

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