Brasil, Italia, Alemania, Argentina, Uruguay, Inglaterra y Francia, los siete equipos que alguna vez han alzado la Copa del Mundo, honrarán con su presencia el primer Mundial africano que, entre la expectación y la incertidumbre, arranca mañana en Johannesburgo con el partido Sudáfrica-México.
Al cabo de 80 años, 18 ediciones y 708 partidos oficiales, la Copa del Mundo, el más grande evento deportivo del universo, recala en África para cumplir su vocación de universalidad coincidiendo con una grave crisis económica mundial.
Cuando, el 15 de mayo del 2004, la FIFA eligió a Sudáfrica como sede del Mundial 2010, hizo una apuesta arriesgada, pero se guardaba un as bajo la manga.
Un contingente superior a las 200 personas encuadradas en el organigrama de la FIFA ha desembarcado en Sudáfrica para tomar las riendas de la organización y sólo precisa del apoyo financiero del Gobierno y la colaboración de las fuerzas policiales para sacar adelante un torneo que ofrece 64 partidos durante un mes, del 11 de junio al 11 de julio.
La seguridad, pese a que ahora mismo el Comité Organizador lo haya negado, es la máxima preocupación para los responsables porque nadie duda de que en el aspecto deportivo el primer Mundial africano será un éxito, garantizado por la presencia de todos los grandes equipos y de jugadores capaces de mover a las masas, como el argentino Lionel Messi o el portugués Cristiano Ronaldo.
El atraco a uno de los hoteles oficiales de la prensa, ocurrido ayer en Magaliesburg, no parece haber perturbado a los responsables del Comité Organizador, más preocupados por los previsibles atascos de tráfico que pueden producirse el viernes con motivo del partido inaugural en el estadio Soccer City. Sudáfrica, un mosaico de razas, idiomas y culturas diseminadas por el territorio donde hace dos millones de años la humanidad emitió sus primeros balbuceos, se encuentra preparada —lo aseguran el Gobierno y la FIFA— para el reto de organizar el primer Mundial africano.
Han transcurrido veinte años desde que Nelson Mandela, el padre de la nueva Sudáfrica, fuera liberado de la prisión en la que permaneció recluido 27 y sólo dieciséis desde las primeras elecciones democráticas una vez desterrado el sistema de segregación racial. El Mundial puede servir para estrechar lazos y difuminar contrastes.
Aunque Sudáfrica sea más conocida en el deporte mundial por su equipo de rugby, los Springboks, el balón esférico del fútbol ha adquirido en el último decenio tanta notoriedad como el apepinado del rugby, especialmente en el segmento mayoritario de población negra que vive este deporte con la misma pasión que en países tradicionalmente afectos.
En el plano deportivo, el Mundial de Sudáfrica presenta un solo debutante (Eslovaquia) y a los favoritos de siempre —Brasil, Alemania, Italia, Argentina, Inglaterra— y la incorporación de España, encaramada al segundo puesto de la lista mundial y con rango de campeona de Europa.
El “Hexa” es el objetivo de Brasil, el único equipo que no ha faltado a un solo Mundial, y a juzgar por la autorizada opinión de varios técnicos, vuelve a ser el principal aspirante a alzar la Copa FIFA el 11 de julio en el estadio Soccer City.
Fabio Capello, que trata de poner su impronta italiana a la selección de Inglaterra, ha dicho que Brasil y España son los favoritos, pero que la escuadra sudamericana lo es en mayor medida porque, junto a su potencial ofensivo, atesora una gran fortaleza defensiva, a diferencia —dice—de España, que concede más oportunidades de gol al adversario.
Lionel Messi y Cristiano Ronaldo, los dos gallitos de la Liga española y del fútbol mundial, están convocados a prolongar en Sudáfrica la guerra abierta que sostienen por el estrellato desde sus respectivos equipos, Barcelona y Real Madrid.
La Copa del Mundo repite el formato de sus tres últimas ediciones: 32 equipos distribuidos en ocho grupos de cuatro. Los dos primeros siguen adelante, los otros dieciséis se van.
A partir de octavos, la derrota lleva aparejada el billete de regreso a casa, excepto en semifinales. A los dos equipos que pierdan en la penúltima ronda les queda el dudoso consuelo de jugar el partido por el tercer puesto.
Al cabo de 80 años, 18 ediciones y 708 partidos oficiales, la Copa del Mundo, el más grande evento deportivo del universo, recala en África para cumplir su vocación de universalidad coincidiendo con una grave crisis económica mundial.
Cuando, el 15 de mayo del 2004, la FIFA eligió a Sudáfrica como sede del Mundial 2010, hizo una apuesta arriesgada, pero se guardaba un as bajo la manga.
Un contingente superior a las 200 personas encuadradas en el organigrama de la FIFA ha desembarcado en Sudáfrica para tomar las riendas de la organización y sólo precisa del apoyo financiero del Gobierno y la colaboración de las fuerzas policiales para sacar adelante un torneo que ofrece 64 partidos durante un mes, del 11 de junio al 11 de julio.
La seguridad, pese a que ahora mismo el Comité Organizador lo haya negado, es la máxima preocupación para los responsables porque nadie duda de que en el aspecto deportivo el primer Mundial africano será un éxito, garantizado por la presencia de todos los grandes equipos y de jugadores capaces de mover a las masas, como el argentino Lionel Messi o el portugués Cristiano Ronaldo.
El atraco a uno de los hoteles oficiales de la prensa, ocurrido ayer en Magaliesburg, no parece haber perturbado a los responsables del Comité Organizador, más preocupados por los previsibles atascos de tráfico que pueden producirse el viernes con motivo del partido inaugural en el estadio Soccer City. Sudáfrica, un mosaico de razas, idiomas y culturas diseminadas por el territorio donde hace dos millones de años la humanidad emitió sus primeros balbuceos, se encuentra preparada —lo aseguran el Gobierno y la FIFA— para el reto de organizar el primer Mundial africano.
Han transcurrido veinte años desde que Nelson Mandela, el padre de la nueva Sudáfrica, fuera liberado de la prisión en la que permaneció recluido 27 y sólo dieciséis desde las primeras elecciones democráticas una vez desterrado el sistema de segregación racial. El Mundial puede servir para estrechar lazos y difuminar contrastes.
Aunque Sudáfrica sea más conocida en el deporte mundial por su equipo de rugby, los Springboks, el balón esférico del fútbol ha adquirido en el último decenio tanta notoriedad como el apepinado del rugby, especialmente en el segmento mayoritario de población negra que vive este deporte con la misma pasión que en países tradicionalmente afectos.
En el plano deportivo, el Mundial de Sudáfrica presenta un solo debutante (Eslovaquia) y a los favoritos de siempre —Brasil, Alemania, Italia, Argentina, Inglaterra— y la incorporación de España, encaramada al segundo puesto de la lista mundial y con rango de campeona de Europa.
El “Hexa” es el objetivo de Brasil, el único equipo que no ha faltado a un solo Mundial, y a juzgar por la autorizada opinión de varios técnicos, vuelve a ser el principal aspirante a alzar la Copa FIFA el 11 de julio en el estadio Soccer City.
Fabio Capello, que trata de poner su impronta italiana a la selección de Inglaterra, ha dicho que Brasil y España son los favoritos, pero que la escuadra sudamericana lo es en mayor medida porque, junto a su potencial ofensivo, atesora una gran fortaleza defensiva, a diferencia —dice—de España, que concede más oportunidades de gol al adversario.
Lionel Messi y Cristiano Ronaldo, los dos gallitos de la Liga española y del fútbol mundial, están convocados a prolongar en Sudáfrica la guerra abierta que sostienen por el estrellato desde sus respectivos equipos, Barcelona y Real Madrid.
La Copa del Mundo repite el formato de sus tres últimas ediciones: 32 equipos distribuidos en ocho grupos de cuatro. Los dos primeros siguen adelante, los otros dieciséis se van.
A partir de octavos, la derrota lleva aparejada el billete de regreso a casa, excepto en semifinales. A los dos equipos que pierdan en la penúltima ronda les queda el dudoso consuelo de jugar el partido por el tercer puesto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario