Una marea verde y oro, los colores de la selección nacional, ha invadido Sudáfrica, que espera aprovechar el Mundial 2010 de fútbol para concretar el sueño de una nación arco-iris, que tan grata le es al ex presidente Nelson Mandela.
“Estamos todos con nuestro equipo, poco importa de dónde vengamos”, afirma Grant Jackson, un estudiante blanco de 25 años, mientras contempla un entrenamiento del equipo sudafricano de los Bafana Bafana, que abrirán el Mundial el viernes contra México..
Dieciséis años después de la caída del apartheid, “la Copa del Mundo acerca a las gentes, concreta esta gran idea de una unificación” nacional, añade este joven, que lleva la elástica de los hombres que dirige el brasileño Carlos Alberto Parreira.
En la misma línea, el presidente Jacob Zuma habló el domingo de una “explosión de orgullo nacional” sin precedentes desde la liberación de Mandela en 1990 tras 27 años en las cárceles del régimen racista.
Desde hace semanas, las banderas sudafricanas ondean en los barrios negros, pero también en los exclusivos dominios vinícolas de Ciudad del Cabo (sudoeste). “Es un un buen augurio para la construcción” de una nación apenas soldada, concluyo el jefe del Estado.
El pasado, no obstante, debería incitar a la prudencia. En 1995, Mandela, entonces presidente, vistió la camiseta de los Springboks - el equipo bandera de sus antiguos opresores - en la final de la Copa del Mundo de rugby que ganó Sudáfrica.
Muchos esperaron que este gesto de reconciliación implicaría una profunda ruptura con el pasado, pero doce años más tarde, cuando los jugadores de rugby sudafricanos reconquistaron el trofeo, la selección tenía 13 Blancos, dos mestizos y ningún negro.
Y es que el deporte, como todos los ámbitos de la vida social, sigue muy dividido en Africa del Sur: los blancos siguen apasionándose por el rugby y el cricket, mientras que los negros están encantados con el fútbol local.
Indirectamente, el Mundial ha hecho temblar estas fronteras. A finales de marzo, el equipo de rugby de los Bulls tuvo que dejar su estadio de Pretoria, reservado para el gran evento del fútbol mundial, y trasladarse a Soweto.
Algunos aficionados de los Bulls, en su mayoría Afrikaners (descendientes de los primeros colonos europeos), se aventuraron por primera vez en ese inmenso barrio negro al sudoeste de Johannesburgo. Y todo se desarrolló en un ambiente festivo.
A pesar de estos signos alentadores, algunos se preguntan si esta euforia durará tras el pitido final. “No sé si es fruto de una campaña de márketing eficaz o de una expresión espontánea de orgullo”, se pregunta el comentarista Adrian Ephraim en el rotativo The Star.
Está claro que es difícil superar las diferencias económicas todavía muy relacionadas con el color de la piel: tres adultos negros de cada cinco están en el paro frente a un 4% de los blancos.
“Los eventos deportivos unen a la gente durante la competición, pero después, unos vuelven a las ‘townships’ y otros a los barrios periféricos”, recordó el martes Matthew Booth, la única cara blanca de los Bafana Bafana.
Por esta razón, “los blancos y los negros no se conocen. Es nuestro mayor problema”, considera Aubrey Matshiqi del Centre for Policy Studies. Para él, el Mundial puede “poner una piedra en el edificio”, pero “no será suficiente para reconciliar el país”.
A pesar de estas reservas, los sudafricanos no se van a privar de disfrutar el evento. “El Mundial acerca a las gentes y eso va a durar”, asegura Tladi Buthelezi, un residente del ‘township’ Vosloorus, al sur de Johannesburgo.
“Olvide a los pesimistas: es un privilegio estar aquí”, concluyó.
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En la misma línea, el presidente Jacob Zuma habló el domingo de una “explosión de orgullo nacional” sin precedentes desde la liberación de Mandela en 1990 tras 27 años en las cárceles del régimen racista.
Desde hace semanas, las banderas sudafricanas ondean en los barrios negros, pero también en los exclusivos dominios vinícolas de Ciudad del Cabo (sudoeste). “Es un un buen augurio para la construcción” de una nación apenas soldada, concluyo el jefe del Estado.
El pasado, no obstante, debería incitar a la prudencia. En 1995, Mandela, entonces presidente, vistió la camiseta de los Springboks - el equipo bandera de sus antiguos opresores - en la final de la Copa del Mundo de rugby que ganó Sudáfrica.
Muchos esperaron que este gesto de reconciliación implicaría una profunda ruptura con el pasado, pero doce años más tarde, cuando los jugadores de rugby sudafricanos reconquistaron el trofeo, la selección tenía 13 Blancos, dos mestizos y ningún negro.
Y es que el deporte, como todos los ámbitos de la vida social, sigue muy dividido en Africa del Sur: los blancos siguen apasionándose por el rugby y el cricket, mientras que los negros están encantados con el fútbol local.
Indirectamente, el Mundial ha hecho temblar estas fronteras. A finales de marzo, el equipo de rugby de los Bulls tuvo que dejar su estadio de Pretoria, reservado para el gran evento del fútbol mundial, y trasladarse a Soweto.
Algunos aficionados de los Bulls, en su mayoría Afrikaners (descendientes de los primeros colonos europeos), se aventuraron por primera vez en ese inmenso barrio negro al sudoeste de Johannesburgo. Y todo se desarrolló en un ambiente festivo.
A pesar de estos signos alentadores, algunos se preguntan si esta euforia durará tras el pitido final. “No sé si es fruto de una campaña de márketing eficaz o de una expresión espontánea de orgullo”, se pregunta el comentarista Adrian Ephraim en el rotativo The Star.
Está claro que es difícil superar las diferencias económicas todavía muy relacionadas con el color de la piel: tres adultos negros de cada cinco están en el paro frente a un 4% de los blancos.
“Los eventos deportivos unen a la gente durante la competición, pero después, unos vuelven a las ‘townships’ y otros a los barrios periféricos”, recordó el martes Matthew Booth, la única cara blanca de los Bafana Bafana.
Por esta razón, “los blancos y los negros no se conocen. Es nuestro mayor problema”, considera Aubrey Matshiqi del Centre for Policy Studies. Para él, el Mundial puede “poner una piedra en el edificio”, pero “no será suficiente para reconciliar el país”.
A pesar de estas reservas, los sudafricanos no se van a privar de disfrutar el evento. “El Mundial acerca a las gentes y eso va a durar”, asegura Tladi Buthelezi, un residente del ‘township’ Vosloorus, al sur de Johannesburgo.
“Olvide a los pesimistas: es un privilegio estar aquí”, concluyó.
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