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No se sabe si a Marcelo Bielsa lo apodan El Loco por su talante introvertido, su actitud desconcertantemente evasiva, su porte de genio desdeñoso o su comportamiento excéntrico. Los periodistas que siguen a Chile en Nelspruit han llegado a la conclusión de que sencillamente lo llaman así porque es capaz de volvernos “locos” a todos.
Bielsa, a punto de cumplir 55 años, los 20 últimos como entrenador, es un estudioso del fútbol de laboratorio, un obsesivo y meticuloso estratega, un experto mariscal de campo que sabe cómo mover cada una de sus piezas para librar pequeñas batallas que al final te hacen ganar la guerra.
Por eso ha convertido el complejo residencial de Ingenyama, lugar de concentración de Chile, en un cuartel general, en un búnker blindado con policías autóctonos y carabineros chilenos en el que mantiene a sus hombres aislados de todo y de todos con un régimen casi espartano.
Llegar a Ingenyama en busca de información sobre Chile es como ir al Sahara en busca de agua. Probablemente vuelvas de vacío. La noticia aquí acostumbra a ser fruto de la imaginación, igual que, en el desierto, los oasis casi siempre son un espejismo.
Bielsa sólo abre los entrenamientos a los periodistas los primeros 15 minutos. A veces incluso menos. Cuatro imágenes, un par de instantáneas de los suplentes y de vuelta a la sala de prensa. A la mayoría de los titulares los esconde como el tahúr que guarda sus mejores cartas.
Él también se deja ver poco. El entrenamiento lo inicia siempre Luis Bonini, el preparador físico, su hombre de confianza, la persona que tiene contacto directo con los jugadores, que los mima, que los cuida, que ejerce de psicólogo.
El Loco entra en escena después, con sus gafas, su cabeza gacha y un par de gestos poco vehementes que deben ser lo más parecido a una orden. Luego se incorporan los pesos pesado del grupo y empieza la sesión de verdad, la que debe recrear la pizarra. Para entonces, los periodistas ya hemos desaparecido del mapa.
Para ver algo del entrenamiento matinal hay que transitar por caminos de tierra o conducir hasta el otro lado de la colina de White River. Un objetivo de 400 milímetros con duplicador, unos prismáticos de largo alcance, todo vale para intuir un dibujo, un sistema, un posible once.
Los más constantes hacen guardia hasta que cae la noche. Entonces, puede ser que el Profe, como le llaman sus futbolistas, programe un entrenamiento a última hora de la tarde en el que pruebe la alineación titular u ordene a Bonini que le haga una prueba de esfuerzo un jugador tocado para ver si puede llegar al estreno ante Honduras.
El sábado, Pinto, el meta suplente, cometió un desliz y confirmó en rueda de prensa que Millar, un jugador fijo para Bielsa en el centro del campo, se perdería el primer partido por lesión. Rápidamente salió Tello, otro compañero suyo, a desmentirlo con una sonrisa nerviosa.
“No tengo ni idea; hay algunos futbolistas un poco contracturados, pero no hay nada de qué preocuparse”, te responde con desdén Claudio Olmedo —el jefe de prensa que nunca pisa la sala de prensa— cada vez que le preguntas por un jugador al que se ve entrar en el gimnasio para ejercitarse al margen del grupo.
Olmedo, como el resto de empleados de la federación chilena, va de aquí para allá, con su walkie-talkie, controlando que los periodistas no se acerquen al campo de prácticas fuera del tiempo y el horario pactados. Su misión debería ser la de informar, pero, en lugar de eso, emplea todo su esfuerzo en evitar que seas informado.
“Si te hubiera tocado seguir a España o Brasil seguramente podrías tirar cuatro, cinco, seis notas al día. Con Chile, tienes suerte si puedes hacer una”, dijo un periodista con tono de resignación.
La prensa chilena traga, porque con Bielsa, la Roja ha desplegado el mejor fútbol que se le recuerda y ha vuelto, 12 años después, a la fase final de un Mundial. Por eso, a falta de información contrastada y veraz, las radios y televisiones nacionales llenan sus programas deportivos de tertulias y los principales periódicos del país sus páginas de columnas de opinión.
A ellos —y a la denominada prensa internacional—, Bielsa los vuelve locos. Cambia los horarios de los entrenamientos, no informa de las sesiones vespertinas, cancela las jornadas festivas sin previo aviso y no decide hasta última hora qué jugadores asistirán a la conferencia informativa.
Con tipos como el técnico Marcelo Bielsa, no se sabe cuándo acaba el genio y cuando empieza el loco.
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