Pero alguna vez tenía que ocurrir porque quien juega con fuego puede salvarse por un chorro de agua o por una ayuda fortuita, pero a la larga se quema.
De nada sirve que un entrenador tan capaz como Marcello Lippi, campeón mundial hace cuatro años en Alemania y múltiple acaparador de títulos a nivel de equipos, diga en conferencia de prensa que es el único responsable de que Italia haya quedado eliminada en primera fase en un grupo que no parecía tan difícil, junto a Paraguay, Eslovaquia y Nueva Zelanda, en el que terminó última.
Todos saben (sabemos) que eso no responde a la estricta realidad y que simplemente, pelotas que antes no entraban y se las daban por válidas ahora quizá entraron y el árbitro inglés Howard Webb no las convalidó, e incluso hubo un gol de Quagliarella a los 39 minutos de la segunda parte, mal anulado por fuera de juego.
Las excusas en cuanto al partido perdido contra Eslovaquia en el estadio Soccer City y ante 53.412 espectadores, pueden ser infinitas y acaso puntualmente, con razón. Lo que nos preguntamos es con qué cara, un aficionado, periodista o dirigente italiano puede quejarse de cualquier ocasión, luego de que por más de treinta años navegara en la línea roja de la legitimidad mientras iba consiguiendo los distintos objetivos.
Italia legó a este Mundial con demasiados inconvenientes, y con un ciclo de cuatro años irregular, en el que tuvo un entrenador joven como Roberto Donadoni, que no estaba preparado para el puesto, y la Eurocopa de Austria y Suiza de 2008 marcó con claridad que esta generación no tenía el carisma, ni el punto de referencia, de la anterior.
El recambio no fue tal, y no apareció nadie que ocupara los lugares preferentes de los Totti, Del Piero, Toni, Nesta, Maldini y compañía, y aunque Lippi regresó por dos años hasta ayer y ahora será reemplazado por Cesare Prandelli, ex de la Fiorentina, quien ya firmó su contrato el pasado 31 de mayo, no encontró nunca una línea de juego ni los intérpretes adecuados.
Más allá de que el mundillo del fútbol y la afición italiana reclamara siempre por la inclusión de tres jugadores que no estuvieron en el Mundial (Fabrizio Miccoli, Mario Balotelli y Antonio Cassano), el problema no es ese, y los italianos, que son inteligentes y también acaso los más tácticos y finos analistas del mundo, lo saben bien.
El problema de Italia no es ni que faltaron estos tres jugadores, ni siquiera que Lippi debió buscar reemplazo para dos jugadores claves como Gianluiggi Buffon y Andrea Pirlo (al que echó mano sobre el final ante Eslovaquia cuando las papas quemaban y nadie más podía manejar el partido, ni siquiera un volante de buen pie como Riccardo Montolivo).
Lo que le pasa a Italia lleva muchísimos años y tiene que ver con una manera filosófica de ver el fútbol, no como juego, sino como drama, creyendo que a este hermoso juego se sale a trabajarlo con los dientes apretados, en vez de salir a disfrutarlo con toda la calidad que tienen muchos de sus jugadores.
Tanto es así que en los seis tiempos de cuarenta y cinco minutos que los azzurri disputaron en este Mundial, en cinco no han hecho casi nada (como dijo el propio Lippi, por lo que a confesión de partes, relevo de pruebas), y sólo en uno, el último, llegaron a pararse con tres delanteros y un enganche, es decir que sí se podía jugar así antes y el técnico, los jugadores, o quien fuera, decidieron que este equipo amarrete, tacaño, rácano, jugara a la nada misma, a apostar a pasar otra vez apelando a que el fuego no invadiera la casa.
Pero apareció un tal Robert Vittek, con dos goles, y desnudó un sistema que llevaba años salvándose por hechos fortuitos, arbitrajes lamentables y ayudas de toda índole (con la excepción del 2002, cuando fue perjudicada para favorecer al local, Corea del Sur).
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